viernes, 11 de julio de 2008

Un mundo feliz.

Nos encontramos ante uno de los clásicos modernos más relevantes. Un icono del siglo XX -con fantasías, utopías y admoniciones que se adentran ya en el siglo XXI. Huxley, procedente de una familia intelectual inglesa, siempre estuvo interesado en los parámetros en los que se movía nuestra sociedad moderna, y sobretodo en el encaje que el ser humano tenía dentro de ella. Un mundo feliz fue la primera novela-ensayo que le granjeó una gran popularidad, y en la que presenta un mundo que está al doblar de la esquina en el que se han desarrollado todas las posibilidades técnicas y utópicas que ya se encontraban planteadas en el siglo XIX.

La acción toma emplazamiento en el siglo VII después de Ford (siendo Ford el creador de la cadena de montaje del famoso Modelo-T), en un mundo en el que el consumo y la producción dominan todo el paisaje que divisan las altas esferas que controlan el Planeta Tierra. Un mundo en el que los seres humanos participan como pequeños engranajes en esta gran cadena de montaje y consumo -personas que a su vez, han sido ideadas con la ayuda de la ingeniería genética, y condicionadas a lo largo de sus vidas por el Gran Ministerio de la Propaganda que vela para que nadie ni nada se salga de sus cabales... Un mundo que, a base de limar aspectos deficientes del alma humana, garantiza una felicidad sin mancha, un estado del bienestar sin posibilidad de introspección.

Uno de los protagonistas de la novela es el Soma, una sustancia psicoactiva que proporciona la felicidad instantánea a todo aquel que durante su vida productiva y ociosa se tropieza con un leve percance. No es adictiva, no es fisiológicamente perjudicial y, sobretodo, no abre a la introspección -sumiendo al sujeto en una especie de terapia instantánea que le permite reincorporarse al feliz mundo de la normalidad sin demora alguna.


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